Las uvas de la ira y la Gran Depresión


«Estaré en todas partes, allá donde mires. Donde haya una lucha para que los hambrientos puedan comer, allí estaré. Donde haya un policía dando una paliza a un hombre, allí estaré. Estaré en el grito de los furiosos. Estaré en la risa de los niños hambrientos cuando saben que la cena está lista, y cuando la gente esté comiendo la comida que produce y viviendo en las casas que construyen – también estaré allí.»

Contexto histórico

La Primera Guerra Mundial, aquella que se creía sería el último enfrentamiento a gran escala de la historia por su crueldad, moldeó a un nivel difícilmente abarcable el resto del siglo XX. Las experiencias sufridas tanto por aquellos que sobrevivían al fuego de mortero en las trincheras como por los que, en sus casas, trataban de hacer frente al difícil panorama económico fueron el caldo de cultivo para un nuevo pensamiento que se anidó en todas las capas de la sociedad, desde el arte hasta la geopolítica, pasando por la economía. Europa, que había visto cómo la mayor parte de los enfrentamientos se libraban en su suelo, vio también como su población sufría las primeras y más obvias consecuencias, pero la historia que hoy vamos a contar comienza al otro lado del Atlántico.

Variación del índice de la Bolsa de EE.UU.
Tras la Gran Guerra, Estados Unidos, que se había implicado en la contienda pero ni de lejos al mismo nivel que las otras potencias Aliadas, pudo erigirse como primera potencia mundial. Entraba así de lleno en los «felices años 20», que se volvieron aún más prósperos cuando Europa, al comenzar a recuperarse, pudo invertir en el comercio con EE.UU. de una manera más activa. Este precursor del «Estado del bienestar» de los años 50-60, sin embargo, no llegaba por igual a todos los miembros de la sociedad norteamericana, pues la desigualdad salarial era enorme: si por aquel entonces grandes magnates como Henry Ford o Rockefeller podían embolsarse decenas de millones de dólares al año, un obrero veía como su trabajo no valía más que unos 700 dólares anuales. (pese a que esta situación nos pueda parecer tremendamente injusta, es necesario recordar que no es tan distinta a la que vivimos en la actualidad). Estos bajos salarios empujaban a muchos obreros a participar en la Bolsa comprando y vendiendo acciones, pero no eran los únicos: otras personas con una situación económica más favorable también participaban en este mercado pues, a fin de cuentas, parecía prometer dinero fácil. Las continuas subidas de la bolsa a partir de 1924 y la aparentemente interminable bonanza impulsaron la concesión de créditos y la especulación, que llevaron a las empresas a expanderse más rápidamente de lo que se podían mantener y alcanzar unos niveles nunca antes vistos de sobreproducción. El desastre llegó el 24 de octubre de 1929, más conocido como el Jueves Negro, cuando tras sucesivos desplomes de la Bolsa las acciones de todo el mundo se quedaron sin compradores. Cinco grandes bancos compraron parte de estas acciones, pero el daño ya estaba hecho: muchas familias habían perdido todo lo que tenían. Los sucesos del Martes Negro, igual de dañino para la economía, y las bajadas de la Bolsa durante los dos años siguientes dejaron tras de sí cientos de entidades bancarias cerradas (y a sus clientes sin ahorros), familias arrastradas a la pobreza y una oleada de suicidios. Así mismo, los efectos del Dust Bowl, una gran sequía que afectó a terrenos desde México hasta Canadá empeoró aún más la situación de los agricultores y ganadores, que se vieron privados de su medio de subsistencia.

Las consecuencias de estos sucesos son reflejadas por John Steinbeck en Las uvas de la ira (1939) y su adaptación a la gran pantalla, de la cual podemos aprender mucho tanto de la Gran Depresión como de las crisis cíclicas del capitalismo.

El capitalismo abandona la farsa

La película comienza presentándonos al personaje de Tom Joad, el protagonista, quien acaba de cumplir condena por un homicidio. Al reunirse con Jim Casy, expredicador y amigo, ambos descubren que la casa de su familia está abandonada: el misterio se resuelve cuando un vecino ahora vagabundo les cuenta que el banco desahució a todos los habitantes de la zona y les despojó de sus tierras.


Tras encontrar a su familia con todas sus posesiones reducidas a lo que cabe en una vieja furgoneta y seducidos por la promesa de que en California hay trabajo, Tom decide marchar con ellos arriesgando su libertad condicional. Sin embargo, en el camino se encuentran con muchas familias viajando en dirección opuesta, desengañados con lo que se han encontrado, pero la familia no tiene otra opción. Una vez asentados en un campamento, se encuentran con la enemistad no solo de los que ya estaban asentados, pues temen que un exceso de recién llegados acabe por dejarles sin trabajo, sino con la de los terratenientes y los bancos, que no ofrecen más que salarios insuficientes para subsistir y reprimen constantemente a los agitadores.


Así, la familia Joad se ve obligada a trabajar como esquiroles en una plantación de manera provisional. Casy, que ha participado en una huelga, es asesinado y Tom mata al culpable: de ser descubierto volvería a la cárcel y traería problemas a su familia, por lo que debe dejarles.

Como toda buena obra de realismo social, Las uvas de la ira refleja la situación de la sociedad del momento no con la intención de servir de crónica, sino para abrirnos los ojos. Puede parecer que, siendo la Gran Depresión un episodio de la historia reciente especialmente cruento para los proletarios (no solo en Estados Unidos, pues, como veremos, sus efectos se apreciaron en casi todo el mundo), las situaciones narradas no deban necesariamente aplicarse actualmente. Pero los desahucios por orden de los bancos que se enriquecen con la necesidad de los demás siguen siendo perpetrados día a día por las mismas fuerzas del orden que, fieles al capital, reprimen huelgas; millones de personas siguen emigrando a sabiendas de que en su destino no tienen tampoco nada asegurado tan solo porque es su única posibilidad de prosperar, pese a que ello implique dejar atrás a familia y amigos. Los años 30 pueden parecernos lejanos, ¿pero realmente ha cambiado tanto la situación?

Fuera de EE.UU.

En los años previos a la Gran Depresión se formaron nuevas relaciones comerciales entre las grandes potencias, destacando en especial las de Alemania-EE.UU. A consecuencia de estas, la economía alemana fue la más afectada de toda Europa, y las esperanzas de recuperación se despositaron en el Partido Nacionalsocialista: el resto, como ya sabemos, es historia. Francia, sin embargo, tuvo más suerte, pues su industrialización más lenta mitigó el alcance de su superproducción, y algo similar ocurrió con España.
En Japón los efectos se notaron más en el ámbito político que en el puramente económico, pues el caos originado por la crisis mundial sirvió de excusa (entre otros sucesos) para suspender el sistema parlamentario adoptado hace poco y que acercaba al régimen japonés más cercano a las democracias occidentales.
Sudamérica sufrió también la crisis de una manera muy particular, al estar la mayoría de sus países en un estado muy temprano de su desarrollo: ante la quiebra de muchas empresas extranjeras asentadas en su suelo (o su incapacidad de mantener sus negocios allí), los países sudamericanos vieron la necesidad de abastecerse a sí mismos con los productos que estas les acercaban, comenzando así una tardía industrialización. Sin embargo, el volumen de sus exportaciones llegó a reducirse en algunos casos hasta en un 70%, por lo que se vieron privados de su principal fuente de ingresos.
Solo un país se libró de las repercusiones de esta gran crisis: la URSS. Al estar aislada de las especulaciones bursátiles y el libre mercado, su rápida industrialización se produjo sin altibajos, lo cual hizo a Occidente ser consciente de su ineficacia a la hora de afrontar y evitar las crisis del sistema capitalista.
Así pues, la mayoría de países afectados tomaron políticas proteccionistas, lo que a gran escala propició una revisión del liberalismo clásico. Además, la Gran Depresión fue aprovechada por movimientos autoritarios y fascistas para llegar al poder, por lo que sus repercusiones serían apreciadas una vez más al término de la década de los años 30.

Conclusión

La Gran Depresión fue una época especialmente dura para el proletariado, creada por la codicia y el total desinterés por los derechos y dignidad de la clase productora por parte de la burguesía. Sin embargo, sus condiciones no distan tanto de las que han propiciado la última crisis del capitalismo que aún vivimos, como tampoco lo hacen sus consecuencias: la misma burguesía que produce estas crisis es la que sale, al final, reforzada, al tiempo que las políticas autoritarias y derechistas se aprovechan de la situación. La comentada obra de Steinbeck, por otra parte, es una excelente ilustración acerca de cómo, cien años después, el liberalismo maneja de manera muy similar sus crisis cíclicas.
El que esta realidad pase a ser parte del pasado depende, ahora, de nosotros.

-Ábhar-

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