Sobre El contrato social: libros I y II
«Todos los hombres nacen libres, pero igualmente encadenados». Esta frase, quizás la muestra más conocida de la obra de Rousseau, tiene dos caras.
La primera, la paradoja: ¿cómo considerarnos libres si, por todos lados, encontramos barreras que impiden nuestro pleno desarrollo como personas y la consecución de nuestros objetivos?
La segunda, y más abierta al debate, es el resquicio de verdad que esconde. En efecto, todos estamos igualmente encadenados en el sentido de que un grillete es común a todas las clases sociales, etnias y sexos; el último culpable de todos nuestros actos, la química. Desde un punto de vista puramente materialista, todos nuestros actos podrían ser predichos con total exactitud si reuniéramos toda la información de nuestro ambiente en este preciso instante. Así pues, esto nos llevaría a la conclusión de que todos somos, en última instancia y dicho de otra manera, igualmente "no libres". Esta concepción determinista y hasta deprimente será tratada más extensamente en otro artículo propio.
La primera, la paradoja: ¿cómo considerarnos libres si, por todos lados, encontramos barreras que impiden nuestro pleno desarrollo como personas y la consecución de nuestros objetivos?
La segunda, y más abierta al debate, es el resquicio de verdad que esconde. En efecto, todos estamos igualmente encadenados en el sentido de que un grillete es común a todas las clases sociales, etnias y sexos; el último culpable de todos nuestros actos, la química. Desde un punto de vista puramente materialista, todos nuestros actos podrían ser predichos con total exactitud si reuniéramos toda la información de nuestro ambiente en este preciso instante. Así pues, esto nos llevaría a la conclusión de que todos somos, en última instancia y dicho de otra manera, igualmente "no libres". Esta concepción determinista y hasta deprimente será tratada más extensamente en otro artículo propio.
Sin embargo, al tirar Rousseau esta moneda con dos caras una y otra vez en El contrato social (su obra más conocida y una de las bases del Estado moderno) parece desafiar una y otra vez las leyes del azar, pues esta siempre cae de canto.
Me explico: el libro abre con una advertencia de que, a ojos del propio autor, no estamos ante una obra digna, describiéndola como «el fragmento más importante y el que me ha parecido menos indecoroso de ser ofrecido al público» de una obra mayor que nunca se terminó y que ha sido destruida. Es por tanto de esperar que los conceptos y conclusiones introducidas parezcan estar explicados a toda prisa, pero no excusa los razonamientos incompletos que encontramos habitualmente. Otros temas, además, son directamente no abordados, siendo precisamente uno de ellos la frase que abre este artículo. La libertad, uno de los temas esenciales de la Ilustración, es tratado aquí por Rousseau no solo de manera superficial, sino asumiendo como cierto un argumento que no parece molestarse en defender. No estamos, pues, ante un ensayo a fondo acerca de la libertad desde la óptica de la filosofía política, mas ante un manual puramente racionalista que acabaría siendo uno de los pilares del Estado moderno.
Me explico: el libro abre con una advertencia de que, a ojos del propio autor, no estamos ante una obra digna, describiéndola como «el fragmento más importante y el que me ha parecido menos indecoroso de ser ofrecido al público» de una obra mayor que nunca se terminó y que ha sido destruida. Es por tanto de esperar que los conceptos y conclusiones introducidas parezcan estar explicados a toda prisa, pero no excusa los razonamientos incompletos que encontramos habitualmente. Otros temas, además, son directamente no abordados, siendo precisamente uno de ellos la frase que abre este artículo. La libertad, uno de los temas esenciales de la Ilustración, es tratado aquí por Rousseau no solo de manera superficial, sino asumiendo como cierto un argumento que no parece molestarse en defender. No estamos, pues, ante un ensayo a fondo acerca de la libertad desde la óptica de la filosofía política, mas ante un manual puramente racionalista que acabaría siendo uno de los pilares del Estado moderno.
El contrato social está dividido en cuatro libros, que a su vez están subdivididos en varios capítulos. Por norma general estos últimos ocupan no más de cuatro páginas, por lo que los conceptos que tratan cada uno de ellos se plantean con la misma rapidez con la que se dan por cerrados.
Algunos autores califican a El contrato social como una de las fuentes de las que bebe el marxismo. Si bien podemos encontrar unos pocos puntos de encuentro, vamos a analizar a grandes rasgos esta obra para demostrar que, en realidad, estas coincidencias son prácticamente anecdóticas.
Libro I
El primer libro hace las veces de introducción, tanto de los objetivos que persigue el libro como de los conceptos nuevos que trata. Sin embargo, nos encontramos con que no hay tanto nuevos conceptos como nuevas interacciones entre ellos, pues muchos están tomados de autores anteriores: el término príncipe, por ejemplo, con el significado que le da Maquiavelo, será un recurrente, pero su relación con el resto de los cuerpos políticos no será exactamente igual.
Ya en el capítulo I aparece su lapidaria frase acerca de la libertad de los hombres, y no volverá a reflexionar sobre su significado en toda la obra. Más interesante es otra frase de este mismo capítulo:
Si no tuviese en cuenta más que la fuerza y los efectos que se derivan de ella, diría: «Mientras que un pueblo está obligado a obedecer y obedece, actúa bien; tan pronto como pueda liberarse del yugo, y se libere, actúa todavía mejor, pues recuperando su libertad con el mismo derecho con el que le fue arrebatada prueba que fue creado para disfrutar de ella. Por el contrario, nunca fue digno de arrebatársela».
Esta muestra de racionalismo puro, que tiene cierto paralelismo con el imperativo categórico de Kant, es quizás el mejor resumen de su obra, si bien no es su extracto más conocido, como ya hemos comentado. Rousseau afirma que puede actuarse bien sin cuestionar la servidumbre o la opresión, pero sí que hemos de hacerlo para alcanzar la mejor manera de actuar. Más tarde, en el capítulo IV, ampliará este concepto añadiendo el papel que la fuerza juega en la obediencia: «Obedeced a los poderes. Si esto quiere decir "ceded a la fuerza", el concepto es bueno, pero superfluo. Nunca será violado. Todo poder proviene de Dios, pero también toda enfermedad. ¿Estará prohibido, por ello, llamar al médico?»
Estableciendo también el orden social como un derecho sagrado basado en convenciones, Rousseau establece la sociedad de clases no solo como una realidad, sino como algo inamovible e indiscutible. Llama también a la familia "la sociedad más antigua y natural"; el primer precepto es, claramente, contrario a la ideología marxista, y el segundo sería rebatido por Engels y los estudios paleontológicos posteriores a la muerte de Rousseau. Más preocupantes que estas afirmaciones me parece la que hace en el capítulo IV: «Incluso aceptando que el hombre pueda enajenar su propia libertad, no puede enajenar la de sus hijos, nacen hombres y libres»
La experiencia siempre nos ha demostrado lo contrario, y con seguridad puedo decir que también a Rousseau. El hijo de esclavos nace esclavos. El hijo de obreros nace obrero. El hijo de burgués nace burgués. Los dos primeros han nacido ya privados de la libertad de la que el tercero goza, y negar esto no es sino un acto deliberado e irresponsable. «Renunciar a la libertad es renunciar a la naturaleza de hombre, a los derechos de la humanidad e incluso a sus deberes. Semejante renuncia es incompatible con la naturaleza del hombre: renunciar a la libertad es renunciar a la moralidad», añade. Marquemos esta frase, pues será la misma que desmonte buena parte de sus bases. ¿Quién, sin embargo, renuncia a su libertad por voluntad propia? El esclavo no elige ser esclavo. Podremos argumentar, sin embargo, que al igual que muchos esclavos defendían a sus amos, muchos proletarios defienden a los burgueses, pero tampoco podrá tratarse de vender su libertad por elección. Será, en todo caso, una acción fruto de la alienación, el miedo o la falta de conciencia, y por tanto estará forzada. Podríamos entrar ahora en el debate de si hay alguna elección no condicionada, pero, de nuevo, tratar de abarcarlo ahora nos haría más difícil aún tratar de analizar toda esta obra.
Llegamos, en el capítulo VI, al desarrollo del pacto social, concepto en torno al cual gira toda la obra.
La premisa en que se basa es que, suponiendo que los hombres hubieran llegado a un punto en el que las fuerzas a disposición de cada uno no fueran suficientes para mantenerlos en el "estado natural" (esto es, ser libres, iguales e inocentes), y siendo todos capaces solo de redistribuir las fuerzas existentes, deberían aunarlas todas y moverlas hacia un mismo objetivo. La solución, pues, sería «hallar un modo de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a si mismo y permanezca tan libre como antes» Curiosamente, es un planteamiento con una retórica bastante similar a la fascista: obviar las nuestras diferencias y disparidad de intereses para perseguir, todos juntos, un objetivo común. Paradójicamente, Primo de Rivera, en su discurso del 29 de octubre de 1933, despreciaba la obra de Rousseau para luego usar conceptos similares.El pacto social funciona en dos direcciones, esto es, une tanto al soberano con el pueblo como a los ciudadanos entre sí. El fin único hacia el que se mueven todos los ciudadanos unidos por el pacto social es marcado por la voluntad general. Sin embargo, es imposible que todos los ciudadanos tengan los mismos intereses e intenciones, y si uno de ellos decidiera seguir los suyos propios y no los comunes, «todo el cuerpo (político) le obligará a ser libre». Dicha conclusión parte de una premisa que a ojos de Rousseau parece ser cierta sin reservas, dado su extraño concepto de libertad: la de que acatar la voluntad general es ser libre. Entonces, ¿un pueblo compuesto única o mayormente por esclavos que aman sus cadenas sería libre por el simple hecho de que la voluntad general se cumple al no rebelarse?. Así mismo, si ser libre implica seguir la voluntad general, y el renunciar a la libertad es perder la misma esencia humana y la moralidad, solo sometiéndonos a la voluntad de la mayoría podremos ser humanos.
Todos estos conceptos, tratados de una manera poco clara, tienen sin embargo un claro paralelismo con la concepción de la democracia actual: todo el rumbo político de un Estado es decidido cada cierto tiempo mediante unas elecciones cuyo resultado será un reflejo, más o menos fiel, de la voluntad general, sin importar cuan equivocada esta pueda estar o las malas intenciones que pueda encerrar.
El único atisbo de similitud (a mi parecer) con las ideas marxistas que he podido encontrar reside en el capítulo IV: «La guerra no es una relación de hombre a hombre, sino de Estado a Estado, en la que los individuos son enemigos accidentalmente»
Libro II
El segundo libro profundiza en los conceptos de soberanía y voluntad general, para luego tratar las distintas formas de gobierno y las leyes.
Comienza, con intención de definir las propiedades de la soberanía, atacando de manera explícita (aunque no tanto como lo hará en el libro IV) la democracia representativa, alegando que, siendo la soberanía el ejercicio de la voluntad general, esta no puede ser sino ejercida por el colectivo y no por un delegado. Más tarde apoyará este argumento apoyándose en el modelo de gobierno de la Antigua Roma, que considera más efectivo que el de la Antigua Grecia (pese a, como él mismo analiza, haber alienado su forma de democracia durante varios periodos). Queda así aclarada la primera de sus propiedades: la soberanía es inalienable.
Basándose en el mismo argumento de que la voluntad debe ejercerse colectivamente, pasa también a atacar la división de la soberanía en poderes o ministerios. Así pues, la soberanía debe ser indivisible. Al terminar el argumento, Rousseau nos deja una frase realmente reveladora:«...los derechos que se toman como partes de la soberanía están del todo subordinados a ella, y suponen siempre la ejecución de voluntades supremas.»
Esto puede intepretarse como que los derechos son "concesiones" de los soberanos, y que su alcance está delimitado por sus intereses. Si bien podremos estar de acuerdo o no con las propiedades de la soberanía según el autor, creo que estaremos de acuerdo con esta última afirmación.
Habiendo quedado el concepto de voluntad general explicado de manera algo apresurada, Rousseau se dispone en el capítulo III a responder una de las cuestiones esenciales acerca de ella: ¿puede errar la voluntad general? Para resolver esta pregunta parte de la premisa de que la voluntad general está siempre dirigida al bien público y que son las deliberaciones del pueblo las que se tuercen, queriendo este el mal únicamente cuando se le engaña. «El hombre es bueno por naturaleza, la sociedad es lo que le corrompe», otra de las bases del pensamiento del ginebrino. Debatir la veracidad de esta afirmación es tarea mayor, pero, sin ningún argumento que la respalde, queda igualmente invalidada su concepción de la voluntad general. Anteriormente hemos puesto un ejemplo en el que esta se encamina en la defensa de los opresores y no de la mayoría, pero igualmente podríamos discutir si un asesino o un violador están corrompidos por la sociedad, o hasta qué punto. Sea como fuere, el autor no se molesta en abordar ninguna de estas posibles contraargumentaciones.
El siguiente extracto de especial interés es el capítulo VI, acerca de la ley, en el cual queda explícitamente marcada la tercera propiedad de la voluntad general: no puede haberla sobre un objeto particular, esto es, se dirige hacia el fin general del bien común.
Sus posteriores deliberaciones sobre la naturaleza de las leyes no arrojan ninguna conclusión especialmente destacable
Conclusión
Así, en estos dos libros quedan definidas las leyes que rigen las sociedades humanas y los cuerpos que definirán los Estados. Los dos siguientes libros, que se analizarán en otro artículo, destacarán especialmente por su valor histórico por contener un sesudo análisis del gobierno de la Antigua Roma, pero las argumentaciones y términos serán bastante similares a aquellos de la filosofía política de los primeros pensadores griegos. Como ya hemos comentado, pocas son las similitudes con el pensamiento socialista, utópico o no, que se pueden extraer de El contrato social, y adelantamos que en la segunda parte esto no cambiará.-Ábhar-
Bibliografía
Rousseau, J. J. (2017). El contrato social. Plutón Ediciones.
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